martes, 23 de junio de 2009

JOAQUIN CORTES


El día de ayer y animado por mi conocimiento y admiración previos por el artista, acudí al Auditorio Nacional para ver bailar a Joaquín Cortés.


En mi opinión, Joaquín Cortés representa el culmen de lo "calé" o gitano y su arte lo más sublime del duende en la expresión artística de esa raza. Nacido en Córdoba hace ya cuarenta años, con formación de bailarín de ballet, Cortés ha logrado una perfecta fusión entre la técnica, la estética y el sentimiento que podemos encontrar en las diferentes expresiones del baile flamenco. De hecho, en las dos oportunidades anteriores que tuve de verlo su arte y ejecución logró arrancarme algunas lágrimas y asegurar que, si Dios bailara flamenco, así lo haría muy seguramente.


Lo anteriormente dicho, lo sostendré siempre y para mí Cortés siempre será el #1. Sin embargo, el que ayer ví fue otro Joaquín Cortés. Los años no pasan en vano y el cuerpo se cansa.

Ayer, el artista materialmente se dedicó a "torear" al público fundamentado de manera básica en su carisma y su arte excelso. Apeló más a sus atractivos y al despliegue escénico que a la interminable energía que solía desplegar como único espada en el escenario, abusó de los excelentes números ejecutados por sus músicos y bailarinas como para darse un largo descanso entre solo y solo.

Decididamente y aunque me duela, debo reconocer que Cortés empieza a dejar de ser quien solía ser y, aunque los dioses también se cansen, volvería a verlo en la primera oportunidad que tenga.

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