
El viernes pasado todo el mundo se enteró y de alguna manera se conmovió con la noticia de la muerte del Rey del Pop, Michael Jackson.
Los que conformamos mi generación, curiosamente la misma del astro de la música, bailamos, nos divertimos, cantamos y hasta nos enamoramos con la música de Jackson. Sin duda alguna, a partir de él la música pop cambió. Su manera personal y peculiar de bailar es aún imitada en nuestros días por toneladas de "artistas" y efímeras estrellas del hip hop y danzas rituales similares. Bueno, estoy seguro que hasta Luis Miguel se inspiró en Michael para ejecutar esos dos o tres pasitos que tan hechos tiene y que provocan el alarido de las féminas en cada presentación. Michael Jackson se ganó un lugar en la historia de la música y es por eso que lo extrañaré, solo por eso.
Los genios no caben en este mundo, su paso por él es corto y el camino tortuoso. Los genios no aceptan al mundo y su tránsito por él es sufrido, no aprueban nada, ni a ellos mismos.
Este, estoy seguro, es el caso de Jackson. Se dice, y no me cuesta creerlo, que tuvo una infancia de sufrimiento y explotación, de miseria espiritual que a la postre lo llevó a mantener una vida de negación al crecimiento, a lo establecido y sus reglas, a la aceptación de su propia realidad hasta el grado de destruir su cuerpo con cirugías y fármacos que lo llevaron a la muerte. ¿Prematura? no lo creo, así lo quería él y así tenía que ser.
Desmitifiquemos a Jackson, no se corten las venas, fue la estrella del pop sin lugar a dudas pero el que esto escribe no comparte, ni acepta, su tan natural inclinación y apetencia por los infantes, así como la negación de su realidad a extremos que siempre caminaron el sendero de lo grotesco.
Voy a extrañar la música y el baile de Michael Jackson pero nada más y, en una de esas, más voy a extrañar a Farah Fawcett. Que ambos descansen en paz.
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